MAKINAS rinde un tributo de tinta a su memoria, por haber puesto al alcance del mundo, lo que a la postre sería el producto de consumo más deseado por la marcha de la civilización.
En la ciudad de Dearborn, Michigan, se encuentra el museo al aire libre más grande de los Estados Unidos. Es en el Greenfield Village donde se encuentran cerca de cien edificios históricos de épocas pasadas, pero uno de ellos fue el que dio origen a este gran complejo turístico, y a casi todo lo que existe desde dicha ciudad hasta Detroit: la casa original donde nació Henry Ford el 30 de julio de 1863.
“Voy a construir un vehículo para el pueblo, el automóvil universal”, proclamó Henry Ford. No tenía un objetivo necesariamente filantrópico, lo que buscaba era aumentar su clientela al máximo, desarrollando una verdadera revolución que dio paso a la movilidad individual en todo el mundo, con toda la fuerza libertaria que esto implica.
Pero nada fue producto de gracia y suerte. Ford Motor Company fue el tercer intento empresarial de Henry Ford en 1903, cuando comenzaría a ver el fruto de su trabajo luego de dolorosos fracasos que incluyeron la quiebra y pérdida de las empresas Detroit Automobile Company y The Henry Ford Company.
Sin los poderes mentales que se le atribuyen a Nostradamus, Henry Ford gozó de una clara visión del futuro. Es el creador de la industria automotriz por derecho propio, al haber sido capaz de desarrollar la perfecta combinación entre hombre y máquina para la llamada ‘cadena de producción’ que culminaría en la fabricación en serie del automóvil.
Presentado en 1908, el modelo T fue lo que estableció el mayor hito en la historia contemporánea, escribiendo las primeras páginas del ensamblaje, una revolución que rápidamente detonó otras, por ser el patrón de manufactura de cualquier producto. Las plantas del Ford ‘Rouge Complex’, que pasarían a ser el mayor complejo industrial del mundo, fue una ineludible escuela no sólo para los demás fabricantes automotrices, sino que importantes empresas de toda índole en el mundo no construyeron sus plantas de producción sin antes ver cómo Ford lo hacía. Un sinnúmero de paradigmas surgirían desde ese momento crucial en la historia del progreso humano, una chispa que incendiaría cánones en la historia, creando al instante otros nuevos, sustentados en lo que hoy conocemos como la tecnología del ensamblaje. Sólo un genio pudo configurarla en su cabeza y llevarla a cabo con tan rigurosa exactitud. Un efecto que aún reverbera en nuestros días.
La razón detrás de esta idea es magistralmente simple: si hay mayor volumen de unidades en la producción de un artículo cualquiera, su costo se reduce por la ecuación tiempo-manufactura, entonces el excedente aprovechable de lo producido se traduce en altas utilidades. ¿Quién consumiría lo fabricado en abundancia y a menor costo? He allí que la naciente marca forjara con la fuerza del yunque y el hierro, la verdadera noción del consumismo que bullía ardorosamente en el corazón de Henry Ford.
Luego de su gran logro, Henry Ford se adelantó a cualquier posible rival implementando la primera red de concesionarios y centros de servicio, estableciéndose en cada ciudad de los Estados Unidos y en las principales de muchos países; otro golpe de creatividad del primer gran emprendedor del siglo XX.
El modelo T se hizo inmensamente popular. Apetecido por todos los profesionales, estudiantes, tecnócratas y empleados de buen ingreso. Todos querían uno, con la demanda siempre por encima de la oferta, dando al capitalismo una nueva cara. El modelo T era fácil de manejar y de mantener, muy resistente, digamos que era un genuino todoterreno, ya que al ser específicamente alto podía lidiar sin mayores complicaciones con los difíciles trayectos rurales de la época. El T se construyó sobre los principios de resistencia y asequibilidad.
El primer automóvil del mundo que sale rodando de una línea de producción, contaba con un propulsor de cuatro cilindros y tan solo 20 caballos de fuerza, para una velocidad máxima de 71 km/h y un consumo de un litro cada 5 km. Este motor tenía una culata desmontable; la biela era de acero de vanadio, más resistente. El alumbrado funcionaba con un volante magnético; la dirección estaba a la izquierda, una iniciativa que crearía escuela. La caja de cambios sólo contaba con dos velocidades y se cambiaba con el pie, creando el típico cloche o pedal del embrague.
Los siguientes 20 años hicieron de este revolucionario modelo un símbolo universal de libertad. El emporio de Ford dominaba el mercado mundial. Incluso la entonces incipiente industria del cine se adueñó de él, adoptándolo para las innúmeras escenas de persecución que se rodarían en lo adelante, por lo que pronto el modelo T fue el actor más admirado del séptimo arte, llevando al cine mudo a su edad de oro. Era una mákina invencible, acróbata y hasta divertida, incluso fue partido por la mitad por una sierra que pasaba en medio de sus dos hilarantes viajeros: El Gordo y el Flaco. El mundo se enamoró de este artilugio, y fue el público que exigió la variedad de colores, torciéndole el brazo a Ford de pintarlos únicamente de negro.
La mano de obra que exigía la planta de Ford, rápidamente forjaría al obrero especializado, que adquiriría un status mayor al del simple proletariado de la industrialización; mientras la capacidad de compra contribuiría a engrosar las filas de una flamante e inquieta casta social que venía abriéndose paso con la fuerza del mismo modelo T, ubicada a la mitad de la escala consumista, ni rico ni pobre. El fiel orfebre del estereotipo norteamericano generó la cara visible del llamado “American Dream”. Su capacidad de consumo era grande, amén de ser estimulado por el desarrollo de la publicidad, el concepto de marca, la libre competencia, las teorías del libre mercado, las leyes de la oferta y la demanda. Toda una avalancha de procesos generados por un solo artículo: el modelo T de Henry Ford, que literalmente puso al mundo sobre ruedas. Con la proeza de Ford, la clase media no volvió a ser la misma jamás.
La idea de integrar la producción en cadena a la manufactura no sólo significó las transformaciones sociales y culturales que podemos resumir en la idea de cultura de masas, sino que conjuntamente, el Ford Modelo T propició la expansión de las comunicaciones, la red de carreteras, el transporte eficiente de mercaderías, la velocidad como importante atributo de la puntualidad, y una increíble era del turismo interno, que llevó a los norteamericanos a descubrir su propio territorio. Pronto supieron que era inmenso, pero el Modelo T llegaba sin problemas hasta el límite de sus fronteras, por la expansión de la industria del combustible, que puso una estación de gasolina siempre cerca del viajero, la industria del repuesto, los neumáticos, los centros de servicio… todo! Por eso reiteramos que se trata del inicio de la industria de las industrias.
En su origen Ford previó cinco versiones en su lanzamiento: descapotable con capota, y de dos a siete plazas, pero aún sin puertas y sin reversa. Los precios iban de US$800 a US$1,000 dólares. La producción diaria de este Modelo T pasó rápidamente a mil unidades y pronto se cuadruplicaría. En 1918 la mitad de los autos vendidos en Estados Unidos eran el Modelo T de Ford. Su impacto al mundo comercial fue de tal magnitud que después de un siglo, este auto se mantiene entre los 10 autos más vendidos de la historia con 15,007,034 unidades, record que se mantuvo imbatible durante más de 60 años. Desde su fundación, Ford Motor Company ha vendido más de 350 millones de vehículos. Esta enorme cantidad equivale a la fabricación de un Ford cada 10 segundos en 110 años.
“Los que renuncian son más numerosos que los que fracasan”, palabras puntuales del propio Henry Ford que lo definen en toda su grandeza. Este incansable emprendedor mordió el polvo en dos ocasiones… sí, dos veces vencido y otras tantas levantándose de la lona, para finalmente ceñirse los laureles del triunfo… y de qué manera. Ford nunca renunció a nada. Sepa usted, amigo lector, que Henry Ford ‘no vio a linda’ sino hasta mucho después de sus 40 años. Uno más de sus tantos proverbios lo describen a cuerpo entero: “El fracaso es una gran oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia”. Díganos si no, amigo lector.
A pesar de provenir de una familia humilde y una educación elemental, Ford tuvo claros conceptos de modernidad y fue un fervoroso creyente de la calidad de vida para las masas. Creía celosamente que el consumismo era la llave de la paz.
Henry Ford murió en 1947 de una hemorragia cerebral a la edad de 83 años en Fair Lane, y está enterrado en el cementerio Ford de Detroit. Su legado es incuantificable, puso al mundo a rodar y a generar nuevas industrias, al tiempo que convirtió al automóvil en el invento consentido de la humanidad, porque después de un techo propio, es el bien más importante de la familia humana.
“Pensar es el trabajo más difícil que existe. Quizá esa sea la razón por la que haya tan pocas personas que lo practiquen”
“El fracaso es una gran oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia”
“No encuentres la falta, encuentra el remedio”
“El secreto de mi éxito está en pagar como si fuera pródigo y en vender como si estuviera en quiebra”
“Los que renuncian son más numerosos que los que fracasan”
“Tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes, estás en lo cierto”
“Un idealista es una persona que ayuda a otra a ser próspera”
“El verdadero progreso es el que pone la tecnología al alcance de todos”
“Cuando pensamos que el día de mañana nunca llegará, ya se ha convertido en el ayer”
“El fracaso es, a veces, más fructífero que el éxito”
“Dejar de hacer publicidad para ahorrar dinero, es como parar el reloj para ahorrar tiempo”
“Llegar juntos es el principio; mantenerse juntos es el progreso; trabajar juntos es el éxito”